MÚSICA SIN ETIQUETAS

El 17 de enero de 1920 entró en vigor en los Estados Unidos la denominada "Ley Seca" que prohibía la producción,  transporte, venta e importación de todo tipo de alcohol. En los trece años que estuvo en vigor, los clubes ilegales o "speakeasies" proliferaron a lo largo y ancho del país, a menudo en sótanos y trastiendas. Imaginaos si prohíben aquí la Cruzcampo... pues eso. En estos clubes tan selectos como golfos, una nueva y excitante música llamada "jazz" (barullo, palabrería) llegada de New Orleans se convertía en la banda sonora de la clandestinidad y llegaba para quedarse. Era la música que hablaba de alegría, de creatividad, de libertad. Y sí, también llegó para quedarse el crimen organizado. Por supuesto.

Casi cien años después una banda, no tan criminal y desde luego no tan organizada, se reúne en una bodega (mira qué casualidad) para llevar a cabo una idea: montar la jam session donde ellos querrían tocar. No necesitaban ser ya clandestinos ni ilegales, pero sí algo bastante difícil: vencer las reticencias de lo establecido. Porque aunque no tengamos pastores luteranos que nos adoctrinan sobre lo que está bien y lo que está mal y nos envíen al infierno por pecar de pensamiento (con lo que nos gusta pecar de pensamiento...) sí que sigue habiendo quienes se apropian del papel de juez supremo y dictan qué es jazz y qué no lo es.

Y para esta banda, que se dio en bautizarse como The Jam-Tonic porque no se nos ocurrió un nombre mejor, la idea fundamental está muy clara: las etiquetas son para las tiendas de ropa. Y en el jazz cabe toda la música, si se hace con alegría, con creatividad y con libertad. Y quien venga con esta premisa por delante, tiene un sitio con nosotros.